Por: Carlos Humberto Gómez
Periodista – director de La Prensa Oriente
X: @chgomezc
El atentado contra el senador y precandidato Miguel Uribe Turbay no es solo un acto criminal repudiable; es una herida abierta en el alma de una Colombia que esperó por años no repetir los capítulos más oscuros de su historia. Lo sucedido no puede reducirse a un hecho aislado: es el reflejo de una polarización que, alimentada por discursos incendiarios y la estigmatización del adversario, amenaza con resucitar los fantasmas de décadas pasadas.
En los años 80 y 90, la violencia política desangró al país. Asesinatos, atentados y amenazas silenciaron voces y truncaron proyectos democráticos. Hoy, cuando las heridas de ese pasado aún no cicatrizan del todo, vemos con alarma cómo resurgen las señales de intolerancia. No importa si la víctima es un líder humilde o una figura pública: la agresión por motivos ideológicos es siempre un ataque a la democracia misma.
Las instituciones, los gremios, los medios de comunicación y, sobre todo, los ciudadanos tenemos el deber de alzar la voz. No es momento de cálculos políticos ni de silencios cómplices. El presidente, sus ministros, los congresistas y Corporados, los mandatarios, los partidos políticos, los líderes de izquierda y derecha, y las organizaciones sindicales y sociales deben comprometerse a bajar el tono beligerante. La diferencia ideológica no puede ser sinónimo de violencia.
El gobierno, en particular, tiene una responsabilidad ineludible: garantizar el disenso sin estigmatizar. Criticar no es conspirar; disentir no es traicionar. Cuando las palabras se convierten en armas, se allana el camino para que otros las reemplacen por balas.
Normalizar la violencia política, incluso en sus formas más sutiles, es un error que ya pagamos caro. No podemos permitir que en esta época preelectoral se instale la idea de que eliminar al contrincante —física o simbólicamente— es una estrategia legítima. Colombia merece debates sin sangre en las calles.
El llamado es claro: levantémonos como sociedad para decir no más. No más discursos de odio, no más a la polarización que divide, no más a la indiferencia. La paz no es solo la ausencia de balas; es la construcción diaria de un país donde las ideas se defiendan con argumentos, nunca con violencia.
Que el atentado contra Uribe Turbay sea la última advertencia antes de que sea demasiado tarde. La historia no puede repetirse.